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jueves, 1 de julio de 2010

En La Verdosa, Pariaguán, la esperanza llega con la lluvia

estimonios de un sencillo agricultor: Silvestre Moreno.

La palma encallecida y color tierra de su mano es su mejor tarjeta de presentación. Silvestre Moreno se la extiende amablemente a todo forastero que llega a su casa en La Verdosa, en cuyos dominios, adultos, jóvenes, niños y niñas junto con él, se ocupan en alguna de las variadas cuan febriles y alegres labores, que solo cesan con la noche y con el sueño: moler el maíz ‘‘cariaco’’ o el ‘‘yucatán’’, tejer hamacas en el rústico telar, tender Pan de horno, atizar los tizones del horno de barro, meter y sacar los exquisitos manjares de sus fauces ardientes, mientras el olor de leña y de la bosta de vaca se mezclan en el ambiente de manera vivificante con el de alguna perfumada hierba silvestre cuyos efluvios son arrastrados por el viento.

Por Carlos Machado Villanueva

Junto con sus hermanas y hermanos, Silvestre Moreno llegaría a Pariaguán, al sur del estado Anzoátegui, desde Ipire, pueblo guariqueño fronterizo, siendo apenas un adolescente, y allí se dedicaría a hacer lo que aprendió de su padre: cultivar la tierra, criar ganado y levantar una familia Pero ¡epa!: haciéndolo en su sentido más primigenio y necesario para la humanidad toda: en hermandad, solidaridad y amor: amor al trabajo, a sus semejantes, a los ‘‘animalitos’’ y a la Madre Tierra que nos permite vivir de sus frutos.

La casita de bahareque que construiría a su llegada a La Verdosa aún sigue en pie delante de la casa nueva, y cuando alguien le sugiere derribarla Silvestre lo calla con un no rotundo. Allí están guardados gran parte de sus recuerdos, esos momentos gratos e ingratos junto a su compañera Antonia Contreras en su lucha por sacar adelante a la familia. Ver, por ejemplo, cómo la prolongada sequía pasmó todos los cultivos: el maíz, la yuca, los frijoles; o por el contrario ver parir a alguna de sus ‘‘vaquitas’’, esas gracias a las cuales puede hacer unos buenos quesos que de seguro irán a parar a las casas vecinas de La Verdosa, como sucede igualmente con el Pan de horno, las roscas, las hamacas, productos que les procura a los Moreno-Contreras ingresos para vivir dignamente.

Su piel curtida por el sol y su voz suave y arrulladora hablan de su carácter: firme, pero a la vez de una ternura de canto de ordeño, todo en su cuerpo enjuto y magro, el mismo que parte todos los días a las seis de la mañana, no pocas veces con Antonia, su compañera, y los hijos mayores, a la sempiterna faena agrícola.

Daban lástima losanimalitos

Silvestre no olvida mencionar unas de las plagas que hacen desastre una vez se hacen presentes en La Verdosa: ‘‘El gusano acabó el pasto… Una plaga brava, eso acabó con toda broma. Un gusanito que se come los árboles, se come el pasto’’.

— ¿Y la sequía cómo los afectó?

— Una guará, demasiado fuerte. Más bien daban lástima los animalitos. Eso duró un año completico. Porque pasó el invierno, que eso lo que cayó fue miseria de agua, pasó ese verano y pasó el invierno casi en lo seco, y los seis meses de verano. Los últimos de abril comenzó a caer una garuita

Silvestre se refiere a la situación metereológica de Pariaguán durante todo el 2009 y lo que va de 2010, ello si contar que esta localidad sur oriental de estado Anzoátegui está considerada como una de las que disfrutan de menos precipitaciones al año.

— ¿Y la cosecha la perdieron?

— No, las cosechas se perdieron. Unos maicitos, y eso quedaron…

— ¿Se pasmaron?

— Si, cómo no. Ya estaban empezandito a espigar ya, unos mazorquitos con unos ocho granos.

— ¿Y a qué hora te vas para el conuco?

— Yo me voy a las seis para el conuco.

— ¿Y tienes quien te ayude en el trabajo?

— No… no… Bueno, es decir…

— ¿Y tus hijos no te ayudan?

— Los muchachos, sí, los hijos míos. Pero como ahorita está uno en el campo, porai, y el otro trabaja en un hato; nosotros aquí nos las arreglamos, y la doña que a veces se va a llevarme la comida. Yo me voy en la mañanita.

Silvestre revela que tiene siete hijas y tres hijos, y señalando hacia el patio trasero donde debajo de un frondoso mango donde coexisten todos los de la casa junto al telar, la moledora de maíz…, y los más variados implementos de cultivo regados por doquier, dice: ‘‘Y el más pequeño es aquel que anda allá sin camisa, catorce años’’.

— ¿Y nietos, unos cuantos también?

— Nietos… como veinte ya. Y ya voy a tener bisnietos. Ya se casó una nieta y otro nieto.

— ¿Te ha ayudado el gobierno con la siembra?

— No.

— ¿No has solicitado crédito?

— Una sola vez pedí un crédito: unos cinco millones y pico. Coseché y pagué. Pero entonces vivieron tiempos muy malos, y al que no le gusta estar endeudado... Esa gente pidieron, les volvieron a dar y no pagaron, y volvieron pedir… Bueno, serán tonterías de uno, pero eso de estar endeudado así no me parece bueno.

Silvestre expresa un temor nada despreciable: cuando en no pocas oportunidades le tocó ser testigo de cómo venían unos señores bien vestidos de la ciudad a quitarle la tierra y las bienechurías a los campesinos que no podían pagar el crédito agrícola a algún banco privado.

Las ‘‘vaquitas’’ de Silvestre se ven a lo lejos pastando. La Verdosa está verdecita después de caídas las primeras lluvias del año, y el espejo de agua de la laguna artificial ahora rebosante, todo habla de esperanzas: lo que queda de año será mejor para las cosechas y para quienes de ella dependen, no sólo por lo que significan en su alimentación diaria sino además porque les procurará ingresos por la venta de sus excedentes entre los vecinos más cercanos e incluso en los mercados de Pariaguán.

‘‘La laguna no llegó el año pasado ni por la mitad; con dos aguaceros ve como se puso este año’’.

Techo verde

La variedad de umbrosos árboles
expanden su fronda. Silvestre los identifica por su nombre uno a uno, y no puede ser de otro modo pues ellos son fundamentales no sólo por la sombra que mitiga el ardiente sol sobre el lomo animal, ni qué decir sobre las espaldas campesinas, sino además porque son fuentes de proteína gracias unas ‘‘vainas’’ o ‘‘maracas’’ portadoras de glucosa natural que echan y que el ganado come ansioso.

‘‘Hay Caruto, hay Guásimo Dulce. El Quebrajacho echa su maraquita también, se la comen las vaquitas. El Cují también. Hay varios árboles ahí que echan maracas. Los únicos que no dan fruto para el ganado son el Grari, Caujaro, y sin embargo lo comen. Los demás todos esos árboles dan su cosecha’’.

‘‘Bonito, sí’’, es la sencilla expresión, como lo es todo en nuestros campesinos y campesinas, que encuentra Silvestre para definir los amaneceres en La Verdosa, cuando con los primeros rayos del sol y luego del cafecito cerrero partirá a trabajar su ‘‘tierrita’’, y donde como asegura, ‘‘colaboramos unos con otros’’ cultivadores en la faena agrícola. Mucho los ayudaría un tractor pero no cuentan hasta ahora con esta herramienta tan necesaria. Silvestre revela, una vez preguntado sobre si no se han organizado en cooperativa, que la experiencia no ha sido la mejor.

‘Aquí están con esa broma, una cooperativa. Pero esa gente, yo no sé, unos jalan pa´allá, otros jalan pa´acá. Vinieron a montar cooperativas, que por dondequiera había por todos los barrios. Entonces los jefes agarraban la broma cuando llegaban, vendían esa broma y se perdían. Entonces se echó a perder. Por eso es que estamos en este país como estamos’’.

Pero Silvestre también conoce de experiencias de cooperativas agrícolas exitosas en el mismo Pariaguán: ‘‘Aquí hay varias partes que hay bastantes cooperativas con su máquina sembradora, ‘rastras’: de toda broma, ¡sí!’’.

— ¿Cómo están parceladas estas tierras?

— Puros campesinos. Pura parcelas pequeñas, sí.

— ¿Cuántas hectáreas tienes tú cultivadas?

— Yo tengo por aquí como tres hectáreas por ahí –señala con su brazo extendido-, y tengo una hectárea allá donde está el ganado. Y aquí, pues un poquito casi una hectárea: No es una hectárea completa.

— ¿Y qué siembras?

— Aquí sembraba plátano y broma, pero ahora como tengo los animalitos, ahora allí no siembro nada. Frijol se siembra aquí, la caraota. La caraota se da bien aquí y el frijol también. Ahora. Eso siembra ahora de agosto pa´lante, septiembre

El Pan que saldrá del horno con toda su sabrosura

La primera impresión que tiene el forastero al asomarse a la puerta de la casa nueva de los Moreno-Conteras, es que la familia está desayunando, sólo que al acercarse a la mesa dispuesta en el centro verá a las mujeres dándole palmaditas cariñosas a una porción redonda de masa glauca contra la mesa hasta extenderla lo suficiente y colocándole luego una cucharada de un relleno amarillo melaza, doblarlas y colocarlas, que no envolverlas, en una hoja verdecita de Uvero. Es Pan de horno.

Para quienes se mueren por comer pan de trigo, y peor aún, para quienes sostienen que este es insustituible en la dieta del venezolano –defendiendo sin saberlo los intereses de importadores capitalistas, los más reaccionarios por cierto-, este exquisito dulce llanero consumido desde el llano oriental hasta el del alto Apure, es el mentís mas contundente de que no es así. El Pan de Horno y la Rosca llanera tienen como componente principal una masa hecha a base de maíz ‘‘cariaco’’(blanco) y maíz ‘‘yucatán’’(amarillo), que junto al papelón y especies aromáticas como canela y clavo especie darán forma y sabor a los deliciosos bocadillos, que luego serán horneados en un horno de barro.

El Pan de Horno no utiliza levadura industrial, que es importada uno de los ingredientes más caros del pan de trigo, es el mismo maíz Cariaco el que juega el papel de leudante, mezclado en la proporción justa con el maíz amarillo, una tercer o quinta parte de la cantidad total de éste a ser amasada.

Para Lucía, una de las hermanas de Silvestre, uno de los placeres más grande que puede experimentarse en la vida es mezclar en la boca el Pan de Horno o la Rosca con un sorbo de leche fría.

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