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jueves, 17 de junio de 2010

IVIC desarrolla aplicaciones sensoriales para el control de chipos

Por ahora, cuenta con un prototipo en su sede regional del estado Mérida

Estos insectos transmisores de la enfermedad de Chagas utilizan la información del medio ambiente para alimentarse, buscar refugio y encontrar pareja.

Altos de Pipe, 16 de junio de 2010 -

La naturaleza los diseñó para ser expertos en una cosa: chupar sangre ajena como los mejores hematófagos y vivir a expensas de otros al igual que cualquier parásito. Los chipos tienen un aparato bucal especializado para la succión y un par de antenas cubiertas de pelos con sensores para capturar estímulos olfativos, táctiles y térmicos. Su saliva contiene sustancias analgésicas para aliviar el dolor de la picada, así como proteínas anticoagulantes que aceleran la pérdida de sangre.

Como si esto no fuese suficiente, se esconden en lugares húmedos y oscuros durante el día y hacen de las suyas por la noche -cuando sus víctimas potenciales están indefensas o desprevenidas-, aprovechando sus ojos especializados para ver en las penumbras.

Estos animales pertenecen a la subfamilia de los triatóminos (Triatominae), descendientes a su vez de la familia de los insectos redúvidos (Reduviidae). En los países tropicales constituyen una amenaza para la salud pública porque son portadores del protozoario Trypanosoma cruzi, agente transmisor de la enfermedad de Chagas. Este mal comienza en los seres humanos cuando el chipo infectado con T. cruzi pica y deja sus desechos fecales sobre la piel, transfiriendo el parásito al torrente sanguíneo. El desenlace puede ser fatal si la patología logra prolongarse hasta la fase crónica, cuando T. cruzi afecta gravemente al corazón y causa la muerte.

Hasta los momentos, se conocen alrededor de 130 especies de triatóminos, de las cuales sólo 10% pueden considerarse vectores importantes desde el punto de vista epidemiológico debido a su cercanía con el hombre. En Venezuela, destacan Rhodnius prolixus, Triatoma maculata y Panstrogylus geniculatus.

Estudiando al enemigo

Los chipos han aprendido a utilizar la información disponible en su entorno y aprovechar sus capacidades sensoriales para alimentarse, buscar refugio, comunicarse y encontrar pareja. Comprender estas estrategias de supervivencia es uno de los objetivos del Laboratorio de Ecología Sensorial, ubicado en el estado Mérida. Esta dependencia está adscrita al Centro de Estudios Interdisciplinarios de la Física (CEIF) del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), organismo del Ministerio del Poder Popular para Ciencia, Tecnología e Industrias Intermedias.

Bajo la coordinación del Dr. Fernando Otálora Luna, investigador del IVIC-Mérida, y gracias a los recursos recibidos a través de la Ley Orgánica de Ciencia, Tecnología e Innovación (Locti), a mediados de 2009 arrancó un proyecto que, en principio, busca identificar los estímulos asociados al comportamiento de los chipos, así como las estrategias locomotoras empleadas por ellos para orientarse en presencia de dichos estímulos. Con este conocimiento, se han logrado desarrollar y mejorar aplicaciones prácticas útiles para el control y monitorización de estos organismos en zonas endémicas del país y, por lo tanto, para prevenir la enfermedad de Chagas.

El carácter innovador de la propuesta se debe al uso de tecnologías basadas en los principios de la ecología sensorial (orientación por medio de los sentidos); de allí que sean eficientes, no invasivas y de menor impacto ambiental que los pesticidas convencionales. Otálora Luna ha efectuado experimentos que demuestran la atracción de algunas especies de chipos hacia ciertos olores, como el de dióxido de carbono combinado con amoníaco. En este sentido, ha elaborado el prototipo de una trampa para chipos y un dispensador de amoníaco que funciona como cebo. Un estudiante de pregrado de la Universidad de Los Andes (ULA) está trabajando actualmente en el Laboratorio de Ecología Sensorial del IVIC-Mérida para elaborar un dispensador de dióxido de carbono de bajo costo que también funcione como cebo del dispositivo de captura. “Todavía no tenemos un producto final que pueda ser utilizado de inmediato, pero nos hemos propuesto esa meta” afirmó Otálora Luna.

Para estudiar el comportamiento de los chipos, el instituto adquirió esferas compensadoras de movimiento (servosferas) que facilitan la observación, registro y análisis del desplazamiento de los chipos; así como medidores de dióxido de carbono y amoníaco (quimiosensores electrónicos), color (espectrómetros) y fenómenos eléctrico-neuronales (equipos de electrofisiología). Sin embargo, se requieren otros instrumentos (espectrómetro de masas y cromatógrafo de gases) para separar y analizar cuantitativa y cualitativamente los compuestos volátiles de relevancia para la olfacción de los insectos.

Las actividades de campo se están efectuando como parte de la tesis de pregrado de una estudiante de la ULA -quien además se desempeña como pasante del IVIC-Mérida- por una razón muy puntual: saber qué ingieren los chipos en un hábitat dado. “En la literatura se consigue que en su ambiente natural, R. Prolixus se alimenta de rabipelados, pero no hay observaciones fundamentadas al respecto. De modo que nos hemos propuesto identificar la fuente sanguínea de R. prolixus en los llanos de Barinas” explicó Otálora Luna. Para ello, se están fabricando localizadores inmunológicos (anticuerpos) a partir de la sangre de seres humanos, ratas, perros, vacas, gallinas, cachicamos, rabipelados y murciélagos; una vez listos, los localizadores se probarán en los sitios originales donde fueron capturados los chipos.

Más ciudades, más chipos

Otálora Luna explicó que hasta mediados del siglo pasado se creía que los chipos preferían colonizar viviendas construidas precariamente (con pisos de tierra, paredes de bahareque y techos de palma) y ubicadas lejos de la ciudad. La especie P. Geniculatus se encuentra ampliamente distribuida en muchos estados del país y siempre se le había descrito como colonizadora de cuevas de armadillos en bosques húmedos. “Sin embargo, desde hace pocos años se le viene observando en domicilios humanos en zonas urbanas de la capital. El paradigma se ha roto y necesitamos crear un nuevo modelo que explique este fenómeno” dijo.

De hecho, a pesar de las campañas de fumigación implementadas por el Gobierno Nacional, los P. geniculatus han aparecido en lugares hasta ahora insospechados, es decir, viviendas bien frisadas de Los Teques (estado Miranda) y sectores caraqueños como Cotiza, Macaracuay, Petare, Colinas de Bello Monte, Santa Mónica, Terrazas del Club Hípico, Colinas de Tamanaco, Manzanares, El Hatillo, Altamira y recientemente Antímano. Una hipótesis reciente sugiere que la presión ejercida por la actividad humana está obligando a los triatóminos a reemplazar su hábitat natural por las cloacas de las ciudades.

Los chipos prefieren alojarse en los refugios de animales sedentarios como aves, rabipelados y cachicamos, y el ser humano también lo es; por eso, los chipos no distinguen entre una casa y una cueva o nido cuando se trata de conseguir un lugar donde vivir. Por ejemplo, R. proxilus, la especie de mayor importancia epidemiológica en Venezuela, vive en las palmeras, pero al instalarse en el domicilio humano escoge lugares cercanos a las fuentes de alimento como su guarida predilecta, tales como: grietas y orificios de paredes hechas de barro, techos de palma, interior de muebles, detrás de cuadros y afiches, entre la ropa colgada y debajo de colchones. En general, cualquier especie puede adaptarse al ambiente del hombre, “pero existe un detonante: la presión ecológica que se ejerce hacia el hábitat de los chipos, a través de la deforestación y caza de sus huéspedes naturales, facilita la colonización de nuevos ecotopos. Somos nosotros los invasores, no ellos” dijo Otálora Luna.

Aunque las aplicaciones desarrolladas en el Laboratorio de Ecología Sensorial del IVIC-Mérida puedan industrializarse para combatir la enfermedad de Chagas a través de la monitorización y el control demográfico de sus vectores, “esto no basta si no tomamos conciencia de que el problema de los chipos -y muchos otros- son consecuencia de la manera irracional en la cual nuestro estilo de vida está acabando con el equilibrio ecológico” aseguró.

La expansión de la ciudad como forma de organización de la sociedad moderna viene acompañada de un uso exhaustivo de los recursos naturales, es decir, de una actividad económica que reduce la diversidad biológica en general, propiciando el incremento de cloacas y el crecimiento de la población de ratas, fuente de alimento para los P. geniculatus en Caracas. Probablemente lo más parecido a una cueva de cachicamo sea una cloaca, donde hay condiciones permanentes de humedad, temperatura y poca luz. No sería extraño que cuando haya un pico demográfico, producido en el período de lluvias, los chipos aparezcan en las casas. Según Otálora Luna, el autor de esta hipótesis es el Dr. Elis Aldana, investigador del Laboratorio de Entomología “Helman Lent” de la ULA, cuyo equipo colabora con el Laboratorio de Ecología Sensorial del IVIC-Mérida.




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