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sábado, 8 de diciembre de 2012

Puertorriqueños están en alerta por llegada de caimanes

Se ha visto a los reptiles cerca de las escuelas y arrastrándose por patios inundados por las lluvias, causando pánico y curiosidad al mismo tiempo.
Cuando las fuertes lluvias comienzan a azotar un barrio de la costa norte de Puerto Rico proclive a las inundaciones, la gente afila sus cuchillos y prepara sus lazos.
Las inundaciones representan la llegada de los caimanes, cuya población se multiplicó en tiempos recientes en una laguna próxima al barrio Los Naranjos, de la ciudad costera de Vega Baja, y sus alrededores.
Se ha visto a los reptiles cerca de las escuelas y arrastrándose por patios inundados por las lluvias, causando pánico y curiosidad al mismo tiempo.
Las gestiones ante las autoridades para que cacen a los reptiles y tomen medidas para impedir más inundaciones han sido infructuosas. Es así que los residentes de Los Naranjos se ven obligados a cazar los caimanes ellos mismos en esta comunidad de escasos recursos, donde en algunos casos el caballo sigue siendo el medio de transporte preferido. Emplean sogas, cinta adhesiva impermeable y palos de metal.
La gente aprendió por sí misma los trucos para cazar caimanes, imitando a veces la forma en que otros los amarran y le cierran la boca con la cinta. También se hicieron maestros en el arte de usar luces intermitentes en la laguna para detectar un par de ojos que brillan en la superficie.
Pregúntele a cualquiera en este barrio costero si conoce a alguien que atrapa y mata caimanes y la respuesta seguramente será una sonrisa. Es como preguntar quién caza cangrejos, dicen los lugareños. Todos lo hacen.
Los caimanes aparecen por todos lados en Puerto Rico, especialmente en la costa norte. Pero la población más grande se encuentra en Vega Baja, donde está la reserva natural conocida como Laguna Tortuguero, indicó Angel Atienza, director de vida silvestre del Departamento de Recursos Naturales de la isla.
"Siempre han vivido ahí, siempre se han reproducido ahí", expresó Atienza. "Sé que son miles".
Luego de ver un caimán del otro lado de la calle frente a la escuela primaria que dirige, Johanna Rosado dispuso que los niños siempre fueran acompañados por un adulto al ir al baño cuando llovía fuerte, como precaución. Indicó que la escuela está rodeada de un alambrado metálico y que está tratando de recaudar el dinero para construir un muro de cemento.
"No es lo mismo que te lo cuente a tú verlo con tus propios ojos", comentó Rosado. "Me tocó vivirlo. Ahora sí creo que eso pasa".
Las criaturas son oriundas de Centro y Sud América. Atienza dijo que llegaron a Puerto Rico en las décadas de 1960 y 1970, cuando tiendas como Woolworth comenzaron a vender cachorritos del tamaño de una lagartija como mascotas. Cuando los caimanes crecieron, la gente los soltó y empezaron a reproducirse rápidamente. Las hembras ponían de a 40 huevos a la vez. El gobierno puertorriqueño autoriza la caza de los caimanes dado que no son considerados una especie nativa del lugar.
"No tienen enemigos naturales", indicó Atienza. "Se meten a las casas. En Vega Baja, se metieron al patio el otro día".
Tania Otero, de 40 años, recuerda vívidamente el episodio.
Estaba afuera de su casa con su hijo de 17 años hace un par de meses cuando sus perros comenzaron a ladrar.
"El nené me dice, 'mamá, ahí atrás hay algo''', relató la mujer.
Al dar la vuelta a la esquina de la casa, se topó con un animal de 1,2 metros (cuatro pies) explorando el terreno.
"Mi hijo se trepó al techo. Yo me trepé en la varanda", dijo Otero.
Su padre, que estaba adentro de la casa, oyó los gritos y llamó a Daniel Montañez, un vecino de 58 años que tiene fama de ser uno de los mejores cazadores de caimanes de Los Naranjos.
Montañez llegó con uno de sus hijos y con un lazo casero atrapó al caimán, que agitaba su cola. Se lo llevó a su casa, donde tiene 30 animales en un tanque. Los caimanes son motivo de orgullo para él.
"Eso es para, mire...", comenzó a decir y se frenó. Apuntó hacia el tanque y se frotó el estómago mientras se reía.
La familia Montañez dice que la carne de caimán tiene un sabor parecido al del pollo si se le pone limón o jugo de naranja para sacarle el gusto a pescado. Luego lo fritan, lo saltean o lo asan. Lo que no comen, lo venden a quien muestre interés.
Montañez, quien es un pescador, dice que sus primeros encuentros con los caimanes se produjeron durante expediciones nocturnas de pesca. Ahora los vecinos lo llaman si tienen algún problema con los reptiles.
Numerosos curiosos piden ver su tanque. Una tarde reciente, Montañez tomó un palo de metal con un lazo de alambre, lo puso en el agua y sacó un caimán de casi un metro (tres pies). De repente, el alambre se rompió y el caimán trató de escaparse.
Desde cierta distancia, Montañez vio cómo su yerno Albert Santos, de 34 años, salía corriendo también.
"Ese tiene miedo", expresó.
Casi todos en la familia de Montañez, con excepción de Santos, ayudan a atrapar caimanes.
La esposa de Santos, Enid Montañez, de 33 años, aprendió el oficio. Acompaña a su padre cuando las aguas empiezan a subir, divisa caimanes y ayuda a dominarlos hasta que logran cerrarle la boca. Lo sube al auto y lo lleva a la casa, donde va a parar al tanque.
Matarlos es tarea tediosa. Una noche reciente, Montañez y tres de sus nietos sacaron un animal de 60 centímetros (casi dos pies) y se pasaron una hora cortando y limpiando el cuerpo. Al final, solo uno de los nietos tuvo la paciencia necesaria para quedarse con él.
Hiram David Rivera, de 32 años, dice que caza caimanes para vendérselos a un taxidermista, quien los rellena y los vende a turistas. Rivera recuerda que hace poco él y un amigo cazaron un caimán de 1,8 metros (seis pies) pero que casi lo pagan caro. Cuando lo subían al bote, al amigo se le escabulló el animal, que casi lo muerde.
"Casi le tumba las manos", dijo Rivera. "Son 90 libras de presión en la mandíbula".
A pesar del susto, Rivera dice que seguirá cazándolos.
"Están en todos lados. La laguna está botada con ellos".





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