.

.

viernes, 1 de julio de 2016

Reportaje: Viajan miles de kilómetros a Venezuela para explotarse con cirugías


Viajan de ocho a dieciséis horas en carro. Acomodan cajas de dinero en escondites dentro del vehículo. Comparten consejos en grupos de Whatsapp para sortear sin peligro las alcabalas de la zona. Han aprendido a ser desconfiadas, a no hacer transferencias en la frontera, a llegar sólo con gente conocida. Saben lo que quieren: una cirugía plástica. Por eso cruzan a Venezuela desde el norte de Brasil.

"Hay unas que primero vienen con una amiga a tocar las puertas con algunos médicos y después regresan con sus cuidadoras", me explica Alicia, que no se llama así pero me pide discreción. Ella, desde hace cuatro años, está en el negocio de traer brasileras que quieren operarse en Venezuela y les ofrece "paquetes turísticos" que incluyen traslados, alojamiento, drenajes linfáticos y hasta acompañamiento emocional.

La clínica donde trabaja queda en un centro comercial de cuatro pisos, ubicado en Altavista, la zona más pudiente de Puerto Ordaz. En el shopping abundan peluquerías de alta gama, spas, centros de masajes y tiendas con nutrida oferta de maquillaje, tintes para el cabello y máscaras rejuvenecedoras.

"Yo también he hecho el servicio de cuidadora porque de pronto les gusta cómo les hice sus drenajes linfáticos", cuenta. La "cuidadora" es la persona que está con la paciente -generalmente por diez días- para atenderla, llevarla al médico, trasladarla para que se haga los masajes linfáticos y todo lo que incluye el tratamiento postoperatorio.

Alicia tiene su propio team de cuidadoras, quienes también viajan hasta Brasil a ofrecer sus servicios. "Yo estoy en 23 grupos de Whatsapp de gente allá", dice, y me muestra el teléfono celular con todos los chats. Hay de todo: Piden consejos, comparten videos, noticias, denuncias y preguntan por qué no pueden comer esto o aquello antes o después de la operación.

De acuerdo a las más recientes estadísticas de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica Estética, en 2014 Brasil se ubicó como el segundo país -sólo superado por EE.UU.- donde más se realizaron procedimientos quirúrgicos con fines cosméticos, gracias a sus 2.058.505 intervenciones al año, es decir, 10.6% del total mundial.

"Yo he tenido que aprender el portugués, bueno, no es que lo hablo así demasiado, pero me defiendo. Les doy la información y también es una manera de hacerme publicidad", explica ella, sentada en una de las dos camillas de su cubículo oloroso a cremas mentoladas y lleno de toda la suerte de artefactos que se verían en una cuña de spa.

Las clientes

Alicia jamás se ha sometido a una cirugía. Es una señora que casi roza los cuarenta años, de baja estatura y carnes generosas, que sonríe sin problema. Es afable y sabe que eso es importante para su negocio: "Yo tengo que ganarme la confianza de las muchachas y ayudarlas para que vayan tranquilas a la operación. Les ofrezco ayuda emocional porque ellas siempre sienten que se van a morir".

Ella comenta que trabajó siete años con un psicólogo y otros siete en el consultorio de un doctor que trataba el pie diabético. Ahora tiene una unidad de apoyo emocional en una clínica y viaja con frecuencia a Boa Vista. "Este año, si Dios quiere y la Virgen, me voy a Manaos".

Las clientes, generalmente, vienen de esas dos ciudades del norte de Brasil. Aunque también llegan desde Surinam o de República Dominicana.

La clientela de Brasil abunda porque mientras una mamoplastia allá cuesta 20.000 reales, se puede hacer en Venezuela con la mitad "pagando los pasajes, la posada, la faja, la masajista y los diez días de cuidado", detalla Alicia.

La crisis económica venezolana, que se ha agudizado el último año por la caída de los precios del petróleo, ha traído como consecuencia la depreciación del bolívar en el mercado ilegal de divisas. En la frontera binacional, un real se cambia por 400 bolívares. El diferencial favorece notablemente a las brasileras interesadas en peregrinarse en pos del bisturí.

Además de Puerto Ordaz, los cirujanos plásticos de Valencia, Margarita y Caracas también reciben pacientes del norte de Brasil, sin embargo, para llegar a esas ciudades el viaje es más largo e incluye un traslado en avión. Por eso, operarse en Guayana resulta menos complicado.

La única molestia de Alicia es que últimamente los médicos venezolanos quieren cobrar en dólares casi lo mismo que cuesta en Brasil. "Todavía sigue siendo económico pero las clientes se lo piensan por la incomodidad del viaje, el gasto de la posada o el hecho de estar lejos de sus familias".

El viaje

El sueldo mínimo en Brasil es de 880 reales, equivalentes a unos 245 dólares. Las encargadas de limpieza, que son las que más viajan a Venezuela para operarse, pueden acumular diez mil en un año si incluyen los beneficios de vacaciones y prestaciones.

"Aquí dicen que son policías o que trabajaban para el gobierno, pero cuando ya me agarran confianza me dicen que son secretarias, que es como les dicen allá a las bedeles. Otras que vienen bastante son de las que trabajan en las minas, que se mantienen allá con la prostitución", susurra Alicia en tono de infidencia.

Pero el viaje se adapta a todos los bolsillos. Las clientes con más dinero llegan a Puerto Ordaz en avión o alquilan un servicio de taxi expreso que las lleva desde Santa Elena, en una travesía que dura unas ocho horas. Las menos pudientes hacen todo el recorrido en bus que puede demorar 16 horas, o se ponen de acuerdo con otras para pagar un carro que las deje a salvo en Ciudad Guayana.

"Si les gusta el taxista de ida, lo contratan de regreso. Yo tengo dos de mi confianza que cobran 40.000 bolívares por persona, de Santa Elena para acá", indica Alicia. Con cuatro pacientes por viaje, el chofer puede ganar 160.000 bolívares, lo que equivale a casi cinco salario mínimos mensuales en Venezuela.

Según ella, las pacientes de Manaos se quedan en hoteles de cuatro y cinco estrellas ubicados en Altavista, mientras que las de Boa Vista se alojan en posadas del centro de Puerto Ordaz. Los paquetes de turismo médico más caros también pueden incluir paseos turísticos a las cascadas del Parque La Llovizna o paradas de la Gran Sabana.

Las que se operan en Margarita también se alojan una noche en Guayana y piden servicio nocturno de masajes para continuar su viaje de vuelta, al otro día, hacia Brasil.

En efectivo, siempre

La última cifra publicada de la inflación en Venezuela es de diciembre de 2015 y ya superaba el 100%. El país petrolero, cuya economía depende casi exclusivamente del crudo, se ha visto gravemente afectada por el derrumbe sostenido de las cotizaciones del mercado, que apenas ahora empiezan a repuntar.

El gobierno, además, ha denunciado la componenda entre los grandes empresarios privados y la oposición política para boicotear la economía como mecanismo para forzar la salida del gobierno del presidente Nicolás Maduro, y el bloqueo financiero silencioso de las calificadoras de riesgo que impide el acceso del país a fuentes de crédito sin tasas de interés mortales.

En ese caldo pantagruélico, las finanzas familiares son golpeadas por una inflación galopante, el contrabando de productos de primera necesidad y toda suerte de "negocios" al margen de la legalidad, que han obligado al Ejecutivo a restringir la circulación de dinero en efectivo. En bancos del Estado, por ejemplo, no se pueden sacar más de 30.000 bolívares diarios. Por eso, los billetes son un fetiche codiciado.

"Ahorita estamos aceptando sólo efectivo porque si recibes una transferencia muy grande desde Santa Elena, te bloquean hasta que expliques por qué tienes ese dinero, quién te depositó", comenta Alicia. La situación hace que las clientes tengan que viajar con todos los billetes encima.

Comerciantes de la zona dicen que en un morral, como los que usan los niños para ir al colegio, caben 500.000 bolívares, equivalentes a 1.250 reales. Cuando se cambian los diez mil reales a bolívares en la frontera, el volumen de dinero cabe en aproximadamente ocho morrales llenos de billetes.

"Hay taxistas que tienen años en este negocio y ya los conocen, pasan sin mucho rollo por las alcabalas y tienen escondites en el carro, pero las que viajan en autobús se arriesgan a que las roben o las paren para revisarlas, y eso sí es muy incómodo. A veces las tratan muy mal", se lamenta.

Le pregunto si le ha ido bien en sus cuatro años de negocio, a pesar de las dificultades, y contesta: "Mira, todo lo que tengo es mío". Así, sin más. Su satisfacción demuestra que el culto al bisturí recorre cualquier frontera y goza de muy buena salud.





Síguenos a través de nuestro pin: 7AEC1063 y el twitter @elparroquiano 
Si deseas comunicarte con nosotros ya sea para denunciar, aportar o publicitar con nosotros, escríbenos acá: eparroquiano5@gmail.com
 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario