Pablo Escobar dejó a Colombia un legado
que fascina pero también preocupa: hipopótamos que, tras la muerte del
barón de la cocaína hace más de 20 años, se convirtieron en la mayor
población fuera de África.
“Tengo más miedo a las víboras que al
hipopótamo. Es como la mascota del pueblo”, dice a la AFP Diego
Alejandro Rojas con una carcajada. Linterna en mano, este adolescente
desgarbado ilumina a un animal que pasta apaciblemente en un prado
cercano a viviendas. En la oscuridad es apenas perceptible, excepto por
los ojos, que casi se confunden con luciérnagas.
Otros paquidermos como éste se han visto
en Doradal, poblado a unos 190 km de Medellín, la ciudad donde Escobar
hizo su cuartel general a sangre y fuego a fines de los años 1980 y
principios de los 1990.
Algunos temerarios se aventuran incluso
hasta las puertas de las casas de esta localidad en el centro de
Colombia. “Hoy salí para el entrenamiento de fútbol, como a las 06H30, y
allí estaba un hipopótamo en el predio”, indica Lina María Álvarez, de
12 años, más tranquila gracias al alambrado instalado hace poco para
contenerlos.
La comerciante Rosa González, de 57
años, aún recuerda cuando casi se topó con uno en junio: “Nos encerramos
y lo vimos pasar. Era la primera vez que pasaba uno por esta calle”,
afirma.
Un Paraíso
“Salen de la Hacienda Nápoles por el caño (curso de agua) después de caer la noche”, explica Diego Alejandro, en alusión a la otrora lujosa propiedad de Escobar en las afueras de Doradal, un regalo que se hizo el capo en 1978: 2.000 hectáreas donde creó un zoo de especies exóticas.
David Echeverri, biólogo de Cornare, una
corporación regional de protección ambiental que dispone de fondos
surgidos de bienes confiscados a narcotraficantes, cuenta que “entre
1982 y 1984 llegaron cuatro hipopótamos de un zoo de California”.
Librados a su suerte en la hacienda
abandonada luego de que Escobar cayera abatido por la policía en 1993,
los hipopótamos se multiplicaron. La mayoría de los animales (flamencos,
jirafas, cebras, canguros) fueron vendidos a zoológicos, pero ellos se
quedaron allí. “Es el grupo de hipopótamos silvestres más grande del
mundo fuera de África”, subraya Echeverri.
“Se reproducen cada dos años, con una
sola cría. Aquí para ellos es un paraíso. No tienen predadores. Están
mucho más tranquilos que en su hábitat natural”, agrega Jairo León
Henao, un veterinario que trabaja con Echeverri.
En Doradal muchos están maravillados. “Mientras uno no les moleste son muy mansos. Estamos acostumbrados. En el pueblo se respeta mucho a estos animalitos”, dice con tono afectuoso Mayerli Copete, de 21 años.
En Doradal muchos están maravillados. “Mientras uno no les moleste son muy mansos. Estamos acostumbrados. En el pueblo se respeta mucho a estos animalitos”, dice con tono afectuoso Mayerli Copete, de 21 años.
Riesgo para la biodiversidad
Pero su número creciente inquieta a los
expertos. “Calculamos que hay unos 35. Pero es difícil contarlos porque
cuando te ven, se sumergen y surgen en otro lado”, dice Echeverri a
orillas de la laguna de la hacienda donde, bajo el sol matinal, algunos
muestran el hocico y las orejas.
“Entran y salen. Pueden caminar de tres a
cinco kilómetros en la noche, se van por la quebrada Doradal hasta el
río Magdalena”, el principal de Colombia. “Aparecieron algunos hasta en
Puerto Berrío, a unos 150 km de aquí”, apunta Henao.
Desde el año pasado, se instala un cerco
en el perímetro preferido por los hipopótamos: 25 hectáreas en el
corazón de la hacienda. “La idea es cerrar el área con rocas, alambre y
limoneros espinosos”, explica Echeverri delante de la barrera que, en 18
meses, debería evitar la fuga de estos mamíferos que pueden medir hasta
tres metros de largo y dos de alto.
Portadores de enfermedades que pueden
ser fatales para el ganado, también son “una molestia para la pesca,
además de que contaminan los ríos porque defecan en el agua”, añade.
Como en África
“Hasta ahora, afortunadamente no atacaron a nadie”, asegura el veterinario Henao, que apuesta a la esterilización para controlar la población, una opción complicada. “No es tan fácil porque no se diferencian los machos de las hembras. Los testículos están adentro, así que hay que tumbarlos y palpar”, dice.
Y, una vez que el anestésico se inyecta,
si el hipopótamo se refugia en el agua se puede ahogar. Además, es una
“cirugía costosa”, añade. Sólo cuatro fueron castrados hasta la fecha.
Para Echeverri, la clave es asegurarse
de que tengan buena comida, “así no se estresan y no salen” del área
estipulada. Además de la hierba natural, se prevé distribuir diariamente
unos 200 kg de forrajes sembrados en las proximidades.
Los hipopótamos son un atractivo para
los visitantes de la Hacienda Nápoles, expropiada por el Estado y
entregada en parte a inversores privados que fundaron un parque temático
de 400 hectáreas. Tan queridos son que la muerte de Pepe, un hipopótamo
fugitivo, en una operación en 2009 de un grupo de improvisados
cazadores apoyados por soldados desató una fuerte polémica.
En Doradal, réplicas de estos animales
adornan la entrada de un restaurante y conforman un parque infantil.
“Parece que estamos en África. Somos unos privilegiados”, comenta Clara
Núñez, un ama de casa de 48 años.
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