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lunes, 26 de octubre de 2015

El salto Ángel late dentro de cada venezolano



Visitar el salto Ángel tiene que ser un viaje lento, feliz, de amor desbarrancado, sin afán. Por eso adoro hacerlo con la gente del Campamento Ucaima. Salimos en la mañana después de desayunar, nos damos un baño en la Poza de la Felicidad, almorzamos en una playita del río Churún, nos instalamos en Isla de Ratón y ahí decidimos si subimos al mirador del Salto esa misma tarde o más bien en la mañana. Porque la caída de agua más alta del mundo es esquiva. A veces no se deja ver. Pero en las mañanas el sol lo pone luminoso. Es doloroso constatar que entre tanto esplendor, Canaima no escapa a las calamidades.

“Lo que es del cura va para la iglesia”  reza el dicho y eso fue lo que ocurrió con Rudy Truffino, un holandés que había sido contratado en República Dominicana para cuidar animales, llegó a Venezuela por un desvío, lo hospedaron en el Hotel Tamanaco, conoció al piloto norteamericano Charles Baughan quien había explorado las bondades de Canaima y allá fueron a dar.
Prendados de esa geografía se fajaron a construir el campamento frente a la laguna, Henry Lord Boulton logró la concesión y se los compró, lo aumentó y creó el mítico Campamento Hoturvensa que manejó hasta que se venció la concesión y este gobierno decidió que el campamento pasara a la cadena Venetur. Mientras tanto Rudy construyó el suyo –Ucaima– en la parte de arriba de los saltos, con el río Carrao en el borde y los tres tepuyes que asombran a los visitantes desde que abren los ojos. Aquí vivió Rudy con su esposa Gertie –austríaca– tuvieron tres hijas que se criaron libres y silvestres y una de ellas – Gaby – se quedó aquí, se casó y tuvo sus hijos con quienes maneja este campamento fundado por su padre en 1956.
Me encanta el entorno silvestre del Campamento Ucaima, el inmenso jardín con sillas ricas para echarse a ver para allá, el silencio tan absoluto, la brisa fresca en mañanas y tardes, las habitaciones junto al río para oír su corriente leve, el bar abierto donde saben servir los tragos, la comida suculenta, casera y abundante y la atención de Gaby siempre pendiente. Hay quienes exigen aire acondicionado. Ya los van a poner, pero serán con energía solar. No hay televisores y no los van a colocar. ¿A quién se le ocurre ponerse a ver televisión teniendo noches de estrellas, los tepuyes, el río?

Al salto Ángel. La excursión más frecuente es arrancar desde Canaima para el salto a las 5:00 am, navegar cuatro horas por los río Carrao y Churún, llegar hasta Isla de Ratón, subir al mirador, bajar un momento a la poza, almorzar en el campamento con pollos en vara y devolverse de una vez a Canaima otras cuatro horas río abajo. Siempre me ha parecido un agite innecesario. Entiendo que hay visitantes que no tienen tiempo, pero si lo tienen, es mucho más amable y sensato dormir en Isla de Ratón. Es lo que siempre propone Gaby a sus huéspedes.
Salimos de Ucaima después del desayuno, navegamos unas dos horas, nos detenemos dichosos a darnos un baño sanador en la Poza de la Felicidad, nos damos masajes en su cascada y volvemos a las curiaras. Un rato después –ya en el río Churún– hacemos una nueva parada para almorzar con ricos sánduches.  Al llegar a Isla de Ratón se decide si subimos hasta el mirador de una vez o si lo dejamos para la mañana. Todo dependerá del grado de ansiedad, el clima o del apremio en la hora de regreso. Yo sugiero subir al día siguiente bien temprano. En esta oportunidad lo hicimos a las 6:00 am, estuvimos en el mirador a las 7:15 am y nos gozamos la luz más hermosa iluminando nuestro salto Ángel. Es el momento sublime en el cual asimilas que todo venezolano tiene su salto Ángel metido en el cuerpo, lanzándose alegre desde la cabeza a los pies, convenciéndonos de que tenemos que defender la libertad con la misma convicción con la cual él lanza sus aguas desde el Auyantepuy. Yo tengo el mío. Lo siento, lo defiendo y me da fortaleza.

Cómodo

El Campamento Ucaima frente al salto es muy cómodo. Tiene habitaciones con sus camitas para unas 20 personas, baños múltiples, un comedor con vista a nuestra caída de agua más alta del mundo, planta eléctrica y bomba para darse baños de regadera aunque muchos preferimos el río. Se come muy sabroso.

Las miserias de Canaima

Pero no todo es pura felicidad como el nombre de la poza en el trayecto. Canaima padece la indolencia de este gobierno.
1. La pista de aterrizaje sigue deteriorada y no permite el aterrizaje de aviones grandes. Solo pueden llegar los vuelos de Katmandú con naves de 19 pasajeros y las avionetas de 5 pasajeros que ofrece la gente de Ucaima. Ambos salen desde Ciudad Bolívar o Puerto Ordaz. El pasaje es costoso y la capacidad es mínima. Tiuna Tours se supone que abrirá una nueva línea con una aeronave para 19 pasajeros, pero debía hacer su vuelo inaugural el viernes 9 de octubre  y el avión tenía una fuga de combustible. Conviasa eliminó los vuelos de un día para otro dejando a muchos pasajeros con los crespos hechos. Hubo protestas pero como el gobierno no se castiga a sí mismo, los afectados se fueron a llorar al valle.
2. No hay maestros para la escuela de Canaima. Los pemones se van a trabajar a la mina porque los sueldos son miserables. A nadie le alcanza para comprar con los precios a los cuales se vende todo en Canaima.  Acaban de colocar una horrorosa cerca en todo el perímetro de la escuela, la primera cerca que se pone en Canaima. Nos explican que es por los robos y porque los niños se fugan.
3. La minería continúa haciendo estragos dentro del Parque Nacional Canaima. En Campo Carrao –a orillas del río Akanán y a poca distancia del río Churún– hay un campamento minero a cielo abierto. Las balsas trabajan día y noche a la vista de todos. Los pemones dicen abiertamente que si no trabajan en la mina se mueren de hambre. Se lo dijeron a las ministras de Asuntos Indígenas y de Turismo cuando estuvieron allá hace unos meses por el cierre de la pista. Solo una decisión de Estado puede acabar con la minería ilegal dentro de nuestro parque nacional que es Patrimonio Natural de la Humanidad.


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