Visitar el salto Ángel tiene que ser un viaje lento, feliz, de amor
desbarrancado, sin afán. Por eso adoro hacerlo con la gente del
Campamento Ucaima. Salimos en la mañana después de desayunar, nos damos
un baño en la Poza de la Felicidad, almorzamos en una playita del río
Churún, nos instalamos en Isla de Ratón y ahí decidimos si subimos al
mirador del Salto esa misma tarde o más bien en la mañana. Porque la
caída de agua más alta del mundo es esquiva. A veces no se deja ver.
Pero en las mañanas el sol lo pone luminoso. Es doloroso constatar que
entre tanto esplendor, Canaima no escapa a las calamidades.
“Lo que es del cura va para la iglesia”
reza el dicho y eso fue lo que ocurrió con Rudy Truffino, un holandés
que había sido contratado en República Dominicana para cuidar animales,
llegó a Venezuela por un desvío, lo hospedaron en el Hotel Tamanaco,
conoció al piloto norteamericano Charles Baughan quien había explorado
las bondades de Canaima y allá fueron a dar.
Prendados
de esa geografía se fajaron a construir el campamento frente a la
laguna, Henry Lord Boulton logró la concesión y se los compró, lo
aumentó y creó el mítico Campamento Hoturvensa que manejó hasta que se
venció la concesión y este gobierno decidió que el campamento pasara a
la cadena Venetur. Mientras tanto Rudy construyó el suyo –Ucaima– en la
parte de arriba de los saltos, con el río Carrao en el borde y los tres
tepuyes que asombran a los visitantes desde que abren los ojos. Aquí
vivió Rudy con su esposa Gertie –austríaca– tuvieron tres hijas que se
criaron libres y silvestres y una de ellas – Gaby – se quedó aquí, se
casó y tuvo sus hijos con quienes maneja este campamento fundado por su
padre en 1956.
Me encanta el entorno
silvestre del Campamento Ucaima, el inmenso jardín con sillas ricas para
echarse a ver para allá, el silencio tan absoluto, la brisa fresca en
mañanas y tardes, las habitaciones junto al río para oír su corriente
leve, el bar abierto donde saben servir los tragos, la comida suculenta,
casera y abundante y la atención de Gaby siempre pendiente. Hay quienes
exigen aire acondicionado. Ya los van a poner, pero serán con energía
solar. No hay televisores y no los van a colocar. ¿A quién se le ocurre
ponerse a ver televisión teniendo noches de estrellas, los tepuyes, el
río?
Al salto Ángel. La
excursión más frecuente es arrancar desde Canaima para el salto a las
5:00 am, navegar cuatro horas por los río Carrao y Churún, llegar hasta
Isla de Ratón, subir al mirador, bajar un momento a la poza, almorzar en
el campamento con pollos en vara y devolverse de una vez a Canaima
otras cuatro horas río abajo. Siempre me ha parecido un agite
innecesario. Entiendo que hay visitantes que no tienen tiempo, pero si
lo tienen, es mucho más amable y sensato dormir en Isla de Ratón. Es lo
que siempre propone Gaby a sus huéspedes.
Salimos
de Ucaima después del desayuno, navegamos unas dos horas, nos detenemos
dichosos a darnos un baño sanador en la Poza de la Felicidad, nos damos
masajes en su cascada y volvemos a las curiaras. Un rato después –ya en
el río Churún– hacemos una nueva parada para almorzar con ricos
sánduches. Al llegar a Isla de Ratón se decide si subimos hasta el
mirador de una vez o si lo dejamos para la mañana. Todo dependerá del
grado de ansiedad, el clima o del apremio en la hora de regreso. Yo
sugiero subir al día siguiente bien temprano. En esta oportunidad lo
hicimos a las 6:00 am, estuvimos en el mirador a las 7:15 am y nos
gozamos la luz más hermosa iluminando nuestro salto Ángel. Es el momento
sublime en el cual asimilas que todo venezolano tiene su salto Ángel
metido en el cuerpo, lanzándose alegre desde la cabeza a los pies,
convenciéndonos de que tenemos que defender la libertad con la misma
convicción con la cual él lanza sus aguas desde el Auyantepuy. Yo tengo
el mío. Lo siento, lo defiendo y me da fortaleza.
Cómodo
El
Campamento Ucaima frente al salto es muy cómodo. Tiene habitaciones con
sus camitas para unas 20 personas, baños múltiples, un comedor con
vista a nuestra caída de agua más alta del mundo, planta eléctrica y
bomba para darse baños de regadera aunque muchos preferimos el río. Se
come muy sabroso.
Las miserias de Canaima
Pero no todo es pura felicidad como el nombre de la poza en el trayecto. Canaima padece la indolencia de este gobierno.
1.
La pista de aterrizaje sigue deteriorada y no permite el aterrizaje de
aviones grandes. Solo pueden llegar los vuelos de Katmandú con naves de
19 pasajeros y las avionetas de 5 pasajeros que ofrece la gente de
Ucaima. Ambos salen desde Ciudad Bolívar o Puerto Ordaz. El pasaje es
costoso y la capacidad es mínima. Tiuna Tours se supone que abrirá una
nueva línea con una aeronave para 19 pasajeros, pero debía hacer su
vuelo inaugural el viernes 9 de octubre y el avión tenía una fuga de
combustible. Conviasa eliminó los vuelos de un día para otro dejando a
muchos pasajeros con los crespos hechos. Hubo protestas pero como el
gobierno no se castiga a sí mismo, los afectados se fueron a llorar al
valle.
2. No
hay maestros para la escuela de Canaima. Los pemones se van a trabajar a
la mina porque los sueldos son miserables. A nadie le alcanza para
comprar con los precios a los cuales se vende todo en Canaima. Acaban
de colocar una horrorosa cerca en todo el perímetro de la escuela, la
primera cerca que se pone en Canaima. Nos explican que es por los robos y
porque los niños se fugan.
3.
La minería continúa haciendo estragos dentro del Parque Nacional
Canaima. En Campo Carrao –a orillas del río Akanán y a poca distancia
del río Churún– hay un campamento minero a cielo abierto. Las balsas
trabajan día y noche a la vista de todos. Los pemones dicen abiertamente
que si no trabajan en la mina se mueren de hambre. Se lo dijeron a las
ministras de Asuntos Indígenas y de Turismo cuando estuvieron allá hace
unos meses por el cierre de la pista. Solo una decisión de Estado puede
acabar con la minería ilegal dentro de nuestro parque nacional que es
Patrimonio Natural de la Humanidad.
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